Mi abuela celebraba dos días de cumpleaños
por año. Un mal entendido del registro civil, que presupongo solo
fue un olvido o un despiste de quien hace mucho vive y poco se detiene a leer
su documento. Cuestión que los nueves, y también los diez de Febrero había que
ir a saludarla, y esperar por ahí entre vecinos y llamadas para comer algo
rico. Cuando la distancia apremió y con ella mi transformación en joven adulta,
solamente hubo que elegir entre uno de los días, llamarla y al corroborar su voz
en el teléfono, cantar el feliz cumpleaños, entero, con estribillo y estrofa,
con la bicha intención de escucharla reír o ponerse nerviosa hasta reconocer en
la voz de cuál de toda su descendencia provenía el saludo. Tal como ella hizo
año tras año hasta que dejó de llamar. Quedaron en triste tono de espera
parientes lejanos que eran cercanos por anécdotas en sepia; secretarias de
oficinas de chocolate que firmaban cajas y cajas de golosinas a cambio de una
charla amena sin tramiterio ignorando la astucia de quien finge ser una tierna
abuelita y oculta a la súper heroína del barrio; quedaron sin atender mis
llamadas culinarias que por haberlas confiado tanto serán irreproducibles las
más clásicas recetas; quedará esperando el millón de Susana en una fuente de
papelitos con el número de tu casa; quedará un locutor de radio sin su oyente
favorita.
Y aunque hoy el teléfono no suene,
la
gente que antes no se moría, se está muriendo.
Y yo tengo tanto por contarte,
lo que engordé y lo que viaje y el peor es nada que nunca encuentro.
- vos tenés linda boca, me dijiste
mientras tomábamos una taza de leche tan grande, tan llena y tan caliente que
no podía ser mentira si vos lo decías me sentía linda
y cada vez que me
veías aunque te diga abuela estoy igual me iba siendo más linda
es
verdad también un poco más artista, artesana, un poco más viva.
Abuela, ¡hay tanto que no aprendo! y me da vergüenza
porque me crie viendo entregarte a proyectos pasajeros: coleccionando bolitas de agua llenando tu casa de colores y llorándote las
arrugas de tu niñez soñadora.
Tanto
que me tatué una mujer amadora
y la
arrastro a este cuerpo de infantilona que llora y reinventa
por no
reventar.
Preferirías aprender a eructar a soportar
tanta cursilería, no juzgo tu recuerdo, yo tampoco me la bancaria si te tuviese
al frente, como mucho pondría la pava y tomaríamos los mates que nadie te
cebaba, como máximo jugaríamos a las cartas y como poco te haría cualquier
chiste, porque lo primordial
perdón que insista
es que mi abuela celebraba
dos días de cumpleaños porque lo importante de la vida es que sea tan grandota
que no alcance día para festejar la unión de átomos que deviene en mujer.