En el supermercado al que voy, la gente canta. Suene la canción que suene, la gente canta. En voz alta mientras elige la salsa de tomate, y modulando bajito en la cola de la carnicería, porque a nadie le gusta esperar.
Los carritos se esquivan, y siguen la frase que quedó colgando del cliente que paso al costado.
Espero en la góndola de las harinas a que pase alguna abuela que me pueda ayudar a decidir. Y los acomodadores van silbando.
A veces muevo un poquito los hombros, cuando la cajera está registrando.
Pero cuando salgo, la gente que pasa está inmersa cada uno en su coreografía.