jueves, 7 de marzo de 2013

III



   Sucedió una noche después del cine.  Vieron un drama con más de tres semanas en cartelera. Como hacía frío y habían llorado tanto se abrazaron. Y se dieron un beso con gusto a caramelo artificial.
Pero ese beso fue tan apasionado (y hacía tanto frío y habían llorado tanto) que sus pechos se fundieron y  quedaron pegados. No se dieron cuenta hasta que el celular de él vibró y no podía despegar su brazo de la otra cintura. Entraron en pánico, sobre todo cuando ella creyó que se había despeinado. Forcejearon hasta que el esfuerzo les dio hambre. Ya era tarde así que dando pasitos cortos y girando de vez en cuando se fueron caminando hasta un bar. Comieron  pizza de fugazzeta y pensaron un poco sobre lo que les estaba pasado. A la última porción se resignaron.
Aprendieron a caminar, a dormir y hasta ir al baño sin perder el encanto. Tenían casi todos sus movimientos calculados.  Manejaban una perfecta sincronía tanto para lavar los platos como para preparar el asado.  Se mataban de la risa al bajar escalones o perseguir colectivos.  Y de tanto en tanto se cruzaban con otras parejas unidas mirando vidrieras en el centro.  
El abrazo adherente duró algo más de seis meses. De repente un día sus abdómenes se soltaron. Cada uno palpó sus partes. Y de a poco, de a poquito, se fueron alejando. Qué cosa fea un cuerpo con dos brazos. 




martes, 5 de marzo de 2013

II






Quizá la habría visto en alguna revista o gestó la idea durante un sueño. Ahora que lo pienso nadie le pregunto el motivo. Podría haber contestado con simpleza la verdad, pero nadie se atrevió. Así que no vamos a saber jamás cómo fue el día de remodelación.
Lo que sabemos es que llenó su casa de manos. Eran muchas manos tapizando las paredes. Reemplazó manijas y picaportes de diferentes tamaños, afines a su función.
Se levantaba y con un par de manos sujetaba las cortinas para que entre la luz del nuevo sol.   Después de peinarse chocaba los cinco con la que estaba pegada al espejo, y se iba a desayunar. Por donde ella pasaba, algunas la acariciaban, otras le acomodaban el pelo detrás de la oreja, y algunas le tocaban el culo. Y cuando ponía música la coreaban un montón de chasquidos.
Los compañeros de facultad dicen que la veían más feliz, los vecinos se quejaban porque no los dejaba dormir aplausos perdidos a las tres de la mañana, y el tipo que vendía guantes la adoraba.
Hay quien dice que en realidad necesitaba hombros.