Sucedió una noche después del cine. Vieron un drama con más de tres semanas en
cartelera. Como hacía frío y habían llorado tanto se abrazaron. Y se dieron un
beso con gusto a caramelo artificial.
Pero ese beso fue tan apasionado (y hacía tanto
frío y habían llorado tanto) que sus pechos se fundieron y quedaron pegados. No se dieron cuenta hasta
que el celular de él vibró y no podía despegar su brazo de la otra cintura.
Entraron en pánico, sobre todo cuando ella creyó que se había despeinado.
Forcejearon hasta que el esfuerzo les dio hambre. Ya era tarde así que dando
pasitos cortos y girando de vez en cuando se fueron caminando hasta un bar.
Comieron pizza de fugazzeta y pensaron
un poco sobre lo que les estaba pasado. A la última porción se resignaron.
Aprendieron a caminar, a dormir y hasta ir al
baño sin perder el encanto. Tenían casi todos sus movimientos calculados. Manejaban una perfecta sincronía tanto para
lavar los platos como para preparar el asado.
Se mataban de la risa al bajar escalones o perseguir colectivos. Y de tanto en tanto se cruzaban con otras
parejas unidas mirando vidrieras en el centro.
El abrazo adherente duró algo más de seis meses.
De repente un día sus abdómenes se soltaron. Cada uno palpó sus partes. Y de a
poco, de a poquito, se fueron alejando. Qué cosa fea un cuerpo con dos brazos.