martes, 5 de marzo de 2013

II






Quizá la habría visto en alguna revista o gestó la idea durante un sueño. Ahora que lo pienso nadie le pregunto el motivo. Podría haber contestado con simpleza la verdad, pero nadie se atrevió. Así que no vamos a saber jamás cómo fue el día de remodelación.
Lo que sabemos es que llenó su casa de manos. Eran muchas manos tapizando las paredes. Reemplazó manijas y picaportes de diferentes tamaños, afines a su función.
Se levantaba y con un par de manos sujetaba las cortinas para que entre la luz del nuevo sol.   Después de peinarse chocaba los cinco con la que estaba pegada al espejo, y se iba a desayunar. Por donde ella pasaba, algunas la acariciaban, otras le acomodaban el pelo detrás de la oreja, y algunas le tocaban el culo. Y cuando ponía música la coreaban un montón de chasquidos.
Los compañeros de facultad dicen que la veían más feliz, los vecinos se quejaban porque no los dejaba dormir aplausos perdidos a las tres de la mañana, y el tipo que vendía guantes la adoraba.
Hay quien dice que en realidad necesitaba hombros. 







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