Quizá la habría visto en alguna revista o gestó
la idea durante un sueño. Ahora que lo pienso nadie le pregunto el motivo.
Podría haber contestado con simpleza la verdad, pero nadie se atrevió. Así que
no vamos a saber jamás cómo fue el día de remodelación.
Lo que sabemos es que llenó su casa de manos.
Eran muchas manos tapizando las paredes. Reemplazó manijas y picaportes de
diferentes tamaños, afines a su función.
Se levantaba y con un par de manos sujetaba las
cortinas para que entre la luz del nuevo sol.
Después de peinarse chocaba los cinco con la que estaba pegada al
espejo, y se iba a desayunar. Por donde ella pasaba, algunas la acariciaban,
otras le acomodaban el pelo detrás de la oreja, y algunas le tocaban el culo. Y
cuando ponía música la coreaban un montón de chasquidos.
Los compañeros de facultad dicen que la veían
más feliz, los vecinos se quejaban porque no los dejaba dormir aplausos
perdidos a las tres de la mañana, y el tipo que vendía guantes la adoraba.
Hay quien dice que en realidad necesitaba
hombros.
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